Doce jóvenes de Sucre transformaron sus historias personales en una obra de teatro. La presentaron en una comunidad indígena Zenú, donde provocó risas y reflexiones en torno al machismo.

Faltaba un día para la presentación. En una sala de ensayo en Sucre, dos hombres se colocaron pelucas largas y vestidos prestados. Iban a interpretar a las mujeres de la obra. Al verlos, sus compañeros no pudieron contener la risa. Al día siguiente tendrían que presentar «Un Grito en Silencio» frente a una comunidad que nunca había visto teatro foro, una técnica donde el público puede intervenir y cambiar el rumbo de la historia. Ellos tampoco habían actuado antes. Los doce integrantes de la Red de Prevención de Violencias de Sucre —un colectivo que trabaja contra la violencia de género— montaban la obra en tiempo récord: del primer ejercicio de improvisación a la presentación completa pasaron apenas dos días.

La obra cuenta la historia de Pedro, un adolescente de 16 años que quiere estudiar. Su padre, trabajador del campo, lo desprecia por eso. Para él, un hombre de verdad trabaja la tierra, no pierde tiempo en un salón de clases. La madre reproduce el mismo rechazo: mientras sirve huevos y arepa recién hecha al padre y al hermano menor, a Pedro le da sobras del día anterior.

La historia está basada en la experiencia de uno de ellos, un joven de 26 años que estudia logística en el SENA, el Servicio Nacional de Aprendizaje de Colombia.

Del laboratorio a la escena

El proceso había comenzado en agosto, un mes antes de la presentación, durante un laboratorio de masculinidades. Los participantes buscaban formas de abordar este tema en su comunidad, donde el machismo está muy arraigado y los hombres suelen resistirse a estas conversaciones. Querían hacerlo a través del teatro, una herramienta más cercana que las charlas tradicionales.

Samuel Coronado, facilitador de la Corporación Otra Escuela, les enseñó técnicas del Teatro del Oprimido, una metodología que usa el teatro para analizar y transformar situaciones de opresión. Durante varios días trabajaron con sus cuerpos y emociones. Hicieron ejercicios de improvisación, construyeron escenas en parejas sobre situaciones de poder y autoridad, exploraron movimientos que expresaban diferentes emociones.

El siguiente paso requería confianza: cada integrante compartió una historia de vida real sobre su experiencia con la masculinidad. Eligieron una: la historia de uno del grupo que pudiera ayudar a otros a reflexionar sobre cómo el machismo afecta las relaciones familiares.

Samuel escribió el guión con esa historia. Cuando regresó con el texto en septiembre, los actores lo leyeron, buscaron vestuario y ensayaron hasta las siete de la noche. El ensayo fue difícil. Estaban cansados, las escenas no fluían y aún no habían interiorizado sus papeles.

Pero al día siguiente, frente a niñas, niños, profesores y líderes de la comunidad indígena Zenú, los actores encontraron una chispa. Gestos naturales aparecieron en sus rostros. Usaron un lenguaje coloquial que era totalmente suyo y se apropiaron de los personajes que interpretaron. Los niños y niñas estallaban en risas constantemente, pero la audiencia también prestó atención. Al ver lo que Pedro sufría en su casa —el desprecio del padre, las sobras que le daba la madre— la sorpresa y la indignación se sintieron en el público. Esa conexión preparó el terreno para lo que vendría después: el foro.

Cuando el público toma la palabra

Después de la representación vino el foro, el momento donde la audiencia podía intervenir. Esta metodología invita al público a subir y proponer alternativas a las situaciones de violencia que acaban de ver.

Judith, una mujer de la comunidad, se mostró indignada con el papel de la madre. Intervino y representó nuevamente al personaje, pero esta vez defendiendo a su hijo por sus estudios y sensibilidad. Los niños y niñas dijeron después que esa intervención había sido su parte favorita.

«No podemos vivir en paz si no transformamos desde la casa, desde el diálogo», dijo Judith al terminar su participación.

Leonardo Benítez, uno de los actores, explica por qué le gusta este enfoque: «Las comunidades ya están aburridas de que lleguen a los territorios, hagan capacitaciones y todo quede ahí. Necesitamos que la gente misma ponga en evidencia lo que está sucediendo».

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El teatro transforma

Para quienes actuaron, el proceso significó más que montar una obra. Muchos llevan años trabajando temas de masculinidades en la Red con talleres y actividades comunitarias. Suelen ser ellos quienes facilitan las conversaciones con otros.

Esta vez fue diferente. La metodología del teatro los convirtió en participantes, no en facilitadores. Se sorprendieron al descubrir que ellos mismos también necesitaban ese espacio. Entre improvisaciones y ensayos, empezaron a compartir sus propias historias sobre crecer en una sociedad machista. Aprendieron unos de otros cómo cada uno había vivido y sufrido las presiones de ser hombre.

En las reflexiones finales dijeron: «Esta vez fue diferente. Abrimos nuestro corazón. Muchos lloramos porque nos contábamos cómo vivíamos en casa desde que fuimos niños».

Nil Colón recuerda que desde niño enfrentó señalamientos por no comportarse como se esperaba de un hombre. «Me daba pena salir a barrer la terraza porque otros niños me señalaban. Me decían ¿acaso tú eres niña?»

Uno de los participantes lleva dos años en el proceso de masculinidades, pero esta fue la primera vez que se atrevió a compartir su historia. Antes, le costaba expresar sus ideas y opiniones. El miedo al juicio lo mantenía en silencio.

Explicó por qué decidió abrirse: «Vi que contaba con un espacio seguro, un espacio de confianza en el cual podía despojarme de esas cargas que sentía. Mi cuerpo ya no resistía, necesitaba desahogarme».

Era también su primera vez actuando. Sobre el proceso dijo: «Es interesante ver cómo a través del teatro, del arte, se pueden expresar esos sentimientos y esas emociones. La verdad es algo maravilloso porque vemos a través de los movimientos cómo podemos liberar también esas cargas que tenemos en nuestro cuerpo».

Le gustaría que sus padres vieran la obra algún día. «Sería un espacio muy interesante porque a través de esas escenas que yo he vivido, ellos podrían concientizarse», dice. «Sé que esto los podría ayudar a reflexionar».

Samir Robles, coordinador del proceso en Sucre, explica por qué el arte permite llegar donde otros métodos no logran: «El teatro hace que la reflexión pase por el cuerpo. El hecho de sentir y de conectarse es importante».

Después de la presentación, Judith expresó el deseo de que la comunidad Zenú tenga talleres similares con niños y niñas para que también creen sus obras. Aquellas pelucas y vestidos que provocaron risas en el ensayo abrieron una conversación que la comunidad quiere continuar.

Presentación de una obra de teatro foro sobre masculinidades y machismo.
Los actores de ‘Un Grito en Silencio’ tras la presentación en la comunidad Zenú.

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